Agencia Pelota de Trapo
Alfredo Grande
La siniestra crueldad que implica la existencia de las denominadas “niñas madres” ha sido debatida. Pero no lo suficiente. Entre otras cosas peores, es un eufemismo, una atroz forma de potabilizar su verdadero significado que es “niñas ultrajadas”. Violadas en cuerpo y alma. Y a ese horror, que ni siquiera es excepcional, la cultura represora lo recubre con una cobertura miserable. Apela a la sensiblería cursi y reaccionaria de la pureza y blancura de lo maternal.
Lamento no haber encontrado el artículo de un descerebrado que pretendía explicar cómo era no sólo posible sino también necesario, que la niña se entregara a esa experiencia de crear vida. Desde ya, omitiendo que la vida de la niña como niña quedaba amputada y que, por mandato de su majestad la biología, debía rendir culto a una preñez no deseada. Pero el deseo, para la cultura represora, es un daño colateral. Como no se puede prohibir desear, entonces intenta y casi siempre consigue, infinidad de mandatos para desear lo que nos destruye la vida. Mientras destruye el consumo, promueve el consumismo. Lo que origina el crecimiento exponencial del endeudamiento y del enculpamiento.
Una niña embarazada es una niña violada. Y un embarazo no deseado no es un embarazo: es una implantación. La conocida expresión “embarazo no deseado” debería haber sido continuada para intentar subvertir su determinismo. Por ejemplo: y por lo tanto no lo llamamos embarazo sino “fertilización invasiva”. No podemos inventar conceptos nuevos con palabras viejas.
El pasaje de los lazos de sangre a los lazos por afinidad lo hemos denominado “familiaridad”. La palabra familia está impregnada de valores patriarcales no removibles. Sugiero no utilizarla. Pero una cosa lleva a otra cosa, una palabra lleva a otra palabra y un concepto lleva a otro concepto.
Freud lo denominó “asociación libre”. ¿Libre de qué? De cultura represora. Desde ya, no de una sola vez y menos para siempre. Setenta veces siete y más también.
Al pensar en “niñas madres” asocié con “niños padres”. Me aparto totalmente de la ritualización biologicista de la vida, tan cultivada por la miseria reaccionaria. El concepto alude al concepto de nuevas familiaridades.
Los “niños padres” son niños que están obligados a sobreadaptarse para ejercer funciones de cuidado, abrigo, alimentación, de hermanas, hermanos o amigos de menor edad. En otros tiempos, cuando el padre se marchaba, a veces a la guerra, a veces a las formas más bizarras de paz, le decía al hijo menor: “ahora sos el hombre de la casa”. Frase saturada de estereotipos patriarcales.
El mandato de “niño hombre” se actualiza en una dimensión de infinita crueldad con el mandato del “niño padre”. En esa forma de paternidad que la cultura represora instala, hay tanto espanto que no pocas veces anula el amor.
La guerra cultural solamente podremos intentar ganarla, cuando dejemos de utilizar las palabras y los conceptos que la cultura represora implantó en nuestros cerebros. Y no decir más que nos lavan el cerebro cuando en realidad lo ensucian con prisa y sin pausa.