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Los olvidados del destino

Claudia García

Aquellos que dicen que nada sabían con toda seguridad mienten porque sí se anunció su llegada, aunque no fueron muchos los que tomaron en serio el aviso, quizás porque otras preocupaciones inmediatas ocupaban su atención. Cuatro o cinco días antes de que hiciese su aparición, la noticia fue publicada en la prensa. La mayoría, sin embargo, continuó sin creer porque era necesario algo más que un escueto cable de una agencia noticiosa para convencer a los incrédulos. Además, el secretario de prensa de la presidencia declaraba, al ser entrevistado en un programa radial:

La población no debe preocuparse ya que el panorama no es tan grave como se lo pinta. No se olviden que siempre se tiende a exagerar, está en nuestra naturaleza. Para tranquilizar a la población puedo decirles que yo mismo pienso tomarme unas vacaciones con mi familia por esos lados, lo que prueba que no hay motivo alguno de alarma.

Al día siguiente de que los periódicos advirtiesen de su presencia, los noticieros de la televisión mostraban sus efectos sobre las islas del Caribe, no muy lejanas del litoral occidental del país. Casas destruidas, árboles arrancados, crecidas de ríos y cientos (o miles, ¿quién sabe?) de familias sin vivienda. Pero ¿será verdad que llega?, habían comenzado a preguntarse algunos. No eran muchos, sin embargo, ya que la gente estaba pendiente de un partido que jugaba la selección nacional y no tuvo tiempo para mirar las noticias. En todo caso, los reporteros dieron el primer paso para que algunos comenzaran a creer. Si bien tendrían que haberse tomado de inmediato medidas de protección para los numerosos pobladores que habitaban en frágiles casas de latón o madera, hubo demoras, porque los políticos estaban enfrentados en una dura lucha ideológica para ganarse el apoyo de los sectores disconformes. Pero no puede decirse que el gobierno no lo tuviera en cuenta porque sería mentir. El presidente pidió a su secretario que lo anotase en la agenda de trabajo del gabinete. Y siguiendo las instrucciones recibidas con anterioridad éste lo incluyó, aunque en el último lugar, respetando el orden de prioridades de la semana anterior. Los ministros se reunieron en lo que dio en llamarse una sesión extraordinaria para tratar la huelga de los operarios telegráficos, los planes para reestructurar las organizaciones barriales y las relaciones con la oposición, y como éste último tema era tan controvertido el debate se alargó hasta medianoche, debiendo posponerse la reunión para la mañana siguiente porque todos los ministros se encontraban cansados. Y así fue que no hubo tiempo para discutir qué hacer cuando llegara.

La insistencia de los periodistas obligó, no obstante, a realizar un comunicado de prensa al ministro del interior en la que reconocía que el huracán se estaba acercando y que el gobierno tenía la situación bajo control. Un acto público en la puerta de la Asociación de Empresarios permitió a la oposición criticar la actitud del gobierno por lo que se llamó un plan de desinformación con el objeto de desviar la atención de la ciudadanía de la crisis económica, dando a conocer falsas noticias sobre posibles catástrofes naturales. No hubo muchos que se detuvieran a escuchar al orador. Pero éste se dio gusto criticando al partido en el poder y aquellos que lo oyeron quedaron, seguramente, con el convencimiento de que lo que decía era verdad, tal era el énfasis que puso en sus palabras. Cuando aún faltaban dos días para su llegada y los noticieros televisivos, en su rol de vanguardia de la información nacional, seguían reflejando los destrozos que dejaba a su paso, hubo algunos más que comenzaron a pensar que era verdad que se estaba acercando. Entre estos se contaban los activistas del recién creado M.P.P. (Movimiento del Pensamiento Positivo), para quienes era probable que perdiera fuerza antes de llegar a la costa, o que se desviase dando un rodeo. Por lo tanto, no valía la pena angustiarse más de lo estrictamente necesario. Otros, más negativos que los primeros, habían comenzado a calcular su curso y alistaban sus pertenencias para trasladarse a zonas menos peligrosas. Quien no podía dejar de dar su opinión era el obispo, porque los ciudadanos esperaban siempre su consuelo y su guía espiritual en los momentos difíciles. Decidió reunir a los feligreses en la catedral y optando por el fatalismo, lo que siempre tenía buen efecto entre sus adeptos, adjudicó su proximidad a un castigo divino por la política del gobierno. Al grito de Dios desaprueba al gobierno salieron aquella tarde algunos fanáticos de la iglesia a crear desorden por la ciudad, mientras el obispo regresaba tranquilamente a su casa de campo, con la conciencia en paz por haber cumplido con su deber.

El día anterior a su llegada, entre las idas y venidas de los políticos, la homilía del obispo, y el campeonato nacional de béisbol, la gente aún no había tenido tiempo para reflexionar en qué medidas tomar cuando llegara, si es que en verdad llegaba. Y así fue como se dejó ver. Por la noche el cielo anunció tormenta. El gobierno tomó la decisión apresurada de nombrar enviados especiales para que se trasladasen a las zonas de peligro, las más pobres del país, porque ya por esos entonces se aseguraba que no afectaría a la capital. Los funcionarios respondiendo a las instrucciones de salvaguardar la vida de los habitantes del área en riesgo, se basaron en que era demasiado tarde para ir al lugar, y decretaron el estado de emergencia. Recomendaron a sus pobladores tener en todo momento una radio a mano para escuchar sus instrucciones.

Y al fin llegó el día. La tormenta se hizo más y más fuerte, los periodistas radiales comenzaron a interrumpir la transmisión para comunicar al pueblo por donde iba y a qué velocidad se estaba acercando. Desde la capital, los enviados especiales recomendaban:

Pedimos a la población de las áreas afectadas que no pierdan el valor que caracteriza a nuestro pueblo. Sabemos de su situación precaria, así que les recomendamos buscar refugio en las iglesias.

Imperturbables ante la pobreza de la región, los vientos se intensificaban, anunciando su llegada con intensas lluvias y arrastrando a su paso todo cuanto no ofrecía suficiente resistencia. Las iglesias eran, en verdad, los lugares más seguros por ser las únicas construcciones de cemento. Hasta allí corrieron hombres y mujeres, viejos y jóvenes, sanos y enfermos. Como el vendaval resultaba demasiado poderoso aún para aquellas casas santas, la gente se ató a los pilares que sostenían los muros para no ser arrastrados. Unos y otros se apretaban entre sí murmurando alternativamente oraciones al Todopoderoso para que los protegiese o gritando improperios cada vez que saltaba alguna lámina de zinc del techo. Mientras lo hacían, escuchaban las noticias trasmitidas por la radio:

Nos llegan recientes noticias de que el gobierno ha vuelto a reunirse para tratar la situación de las zonas afectadas por el huracán. El presidente ha dicho que aún es pronto para evaluar los daños ocasionados por esta catástrofe natural, pero que se va a necesitar de toda la ayuda que la comunidad internacional pueda enviar.

No duró mucho. Así como llegó se fue, dejando en el aire un olor malsano, húmedo, pegajoso, y muchos destrozos. La gente salió a recorrer las aldeas para ver los daños y comentar con los vecinos el desastre. Las casas estaban destruidas, y se habían perdido las pertenencias personales. Los animales ahogados flotaban sobre la masa lodosa que comenzaba a invadir el terreno, ya que el río continuaba subiendo, inundándolo todo. La gente, desanimada y con el agua a la altura de las rodillas, se reunió en torno a la única radio del pueblo para seguir escuchando las noticias trasmitidas desde la capital.

Al tiempo que la oposición exige que el gobierno explique cuáles fueron las medidas preventivas que ha tomada para salvaguardar la vida y propiedades de los habitantes de las áreas afectadas, hemos logrado entrevistarnos con el portavoz de la casa de gobierno, quien afirma que resulta innecesario responder a las provocaciones del partido de la oposición. No sabemos con seguridad si ha habido pérdidas humanas, pero los daños materiales parecen ser cuantiosos. Debemos condolernos de nuestros hermanos del interior a quienes ha tocado hacer frente a esta desgracia de magnitud, cuando aún no han podido recuperarse de las inundaciones del pasado mes de octubre.

El tono melodramático del reportaje llegó a tocar las fibras más sensibles de la población de la capital y los más solidarios comenzaron a reunir mantas y conservas para enviar a las zonas afectadas. Los damnificados se preguntaban cuánto tardaría en llegar la ayuda, mientras el agua continuaba subiendo. La crecida del río iba arrastrando a los más débiles, pero aquellos que lograban resistir la corriente, intentaban no perder el curso de los acontecimientos, siguiendo los noticieros radiales que se trasmitían cada media hora.

- Tenemos aquí con nosotros al ministro del interior, que gentilmente ha accedido a que lo entrevistáramos. Queremos preguntarle, ¿Cree usted que los efectos del huracán hubieran podido menguarse de haber intervenido el gobierno en forma más eficaz?

- Hemos hecho todo lo humanamente posible. Se tomaron las medidas preventivas que la situación requería. No está en nuestras manos controlar las catástrofes naturales, pero hemos tratado de que sus efectos fuesen lo menos dañino para los habitantes del área perjudicada. Puedo darle la primicia de que están comenzando a llegar ayudas en dinero y efectos materiales, que a su debido momento se entregarán a los damnificados.

- Le agradecemos, señor ministro, por la amabilidad que ha tenido de concedernos estos minutos y seguimos con ustedes en nuestra próxima emisión, a las cinco en punto.

La crecida del río llegó a alcanzar magnitudes extraordinarias en un corto tiempo. Los damnificados que aún resistían con el agua al cuello, se preguntaban si aquellas donaciones, como las veces anteriores, se quedarían en la capital o les serían enviadas. Era casi imposible reconocer el lugar donde antes se habían localizado el poblado afectado. El agua comenzaba a cubrirlo todo. La radio, que los habitantes de la aldea habían colocado sobre la cruz de la iglesia para poder continuar escuchando las noticias, mientras esperaban la llegada de los socorristas, fue arrastrada por la correntada, junto con los últimos sobrevivientes, quienes no llegaron a oír el informativo de las cinco:

Tal como hemos prometido, seguimos informando sobre los recientes acontecimientos en relación al huracán que asoló gran parte del país. El presidente de la nación acaba de dar un comunicado de prensa notificando que sus enviados especiales serán condecorados por la labor realizada, en un acto público a realizarse la próxima semana. Un helicóptero del ejército ha sobrevolado la región afectada. Su piloto nos informa que una de las aldeas ha sido arrasada totalmente por la correntada, y que al parecer no hay sobrevivientes.

La gravedad de las últimas noticias llevó al gobierno a posponer la condecoración de los enviados especiales, para no herir susceptibilidades y dio prioridad al recuento de las donaciones y la consecuente discusión acerca de su destino final ante la desaparición de los damnificados. Los políticos de la oposición daban entrevistas, en las que demandaban que el presidente explicase qué medidas se habían tomado para evitar el desastre. El obispo, por su parte, se sintió en la obligación de realizar una misa multitudinaria en la catedral para orar "por nuestros hermanos que han sido llamados al lado del Señor", mientras la mayoría comenzaba, nuevamente, a dar seguimiento a los partidos que la selección nacional jugaba en el extranjero.



Publicado: septiembre 2016

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