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La Taza

Carlos R. Moreno

Cuando me llegó la jubilación me puse en realidad, muy contento pues estaba cansado de la rutina de tantos años.

La relación con mi señora había sido en estos últimos años, digamos término medio, pero con el transcurrir de los días y ya jubilado, eso empezó a cambiar.

Yo me quedaba en casa, salía poco, leía, miraba la tele y estaba con el celular. Era algo así como mi abuelo, que cuando lo iba a visitar de niño, estaba sentado en su sillón, en una larga galería, leyendo el diario. Tengo ese recuerdo de él, las veces que iba a su casa a visitarlo estaba siempre allí sentado, leyendo el diario. .

Yo no comprendía la diferencia en nuestra relación. No le preguntaba a ella el motivo, porque sabía que me diría: “nada, no pasa nada”, pero cada vez era más distante.

Una mañana, después del desayuno, me incorporé, tomé la taza y la lavé ubicándola después en su lugar.

Ella había salido por las compras y al volver se dirigió a la mesada y comenzó a limpiar las verduras. Yo la observaba mientras leía mi libro. Más tarde, al pasar cerca mío esbozó una sonrisa, muy leve, como la de la Gioconda. Algo que no pasaba comúnmente. Me quedé pensando, porque no sabía a qué se debía. Pensé que quizás había recibido una buena noticia de alguna amiga o algo así.

Me costó imaginar el motivo. Por la noche, después de cenar creí entender el porqué de esa sonrisa.

Entonces al terminar la cena retiré los utensilios de la mesa, platos, vasos, cubiertos etc., los llevé a la pileta y lavé todo.

Esa noche tuvimos una relación como hacía mucho no sucedía y a la mañana siguiente ordené las sábanas, frazadas, limpié el piso de la cocina, barrí la vereda, hice el desayuno para los dos y al terminar, por supuesto, lavé las tazas.



Publicado: septiembre 2020

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