Madres, pequeñas y vulneradas
Agencia Pelota de Trapo
Argentina. Entró a la farmacia de la terminal de Retiro y pidió un Evatest. Las sandalias con altísimas plataformas la hacían crecer unos centímetros. Tenía la piel oscura del altiplano. Y unos quince, no más.
Afuera esperaba él. Flaco, el pelo modelado con gel en caprichoso flequillo, un piercing en el labio superior y dientes raleados por mala alimentación. ¿Dieciséis tal vez? No más. En algún baño de orín penetrante y puertas con teléfonos que ofrecen sexo ella habrá sabido si estaba sola o alguien más comenzaba a habitarla apretándole las entrañas.
Las chicas llegan al sistema público de salud cuando ya están embarazadas. Y a veces tampoco. En Salta 23 de cada cien bebés hinchan panzas de menos de 19 años. En Mendoza el 22,7 % de las madres tienen entre 15 y 19. Muchas otras son vulneradas por propios y ajenos y se hacen madres cuando sólo pueden ser desesperadamente hijas. Violentamente madres a los 10, a los 11. A los 12.
Solas de soledad inmensa tantas pibas van a buscarse una vida a tientas, deficitarias de amor y de abrigo. Tan chiquitas salen a buscarla, con una madre que las ve irse rodeada de cuatro, cinco, seis más. Y ellas, solas de toda soledad, van a buscar aquello que nunca encontró su madre pero se toparán con un mismo destino de maternidades tempranas, múltiples, de padre ausente o en fuga. En esa búsqueda frenética de no estar solas, tan solas y tan en abandono en un mundo que parece un desierto feroz en constante estado de amenaza.
Entonces serán solas pero de a dos. De a dos abrazados y abandonados los dos. Niños ambos y puestos a fertilizar en suelo árido. A retoñar en la escarcha. En él mientras, ella se puede morir. El riesgo que corre es dos veces mayor que después de los 19. Y cuatro veces mayor cuando a la hora de parir se ha vivido menos de 15. La mortalidad materna no sólo no baja en la Argentina sino que aumentó en los últimos quince años. Y discute números perversamente, como los discute en el aumento de la leche o en los muertos por la inundación. Mientras el Ministerio de Salud dice que mueren por año 4,4 madres por cada diez mil nacidos vivos, la OMS y otros organismos sanitarios mundiales anotan 7,7.
Las chicas se embarazan de soledad, de olvido, de vulneración, de vejación, de tomar pastillas sin saber cómo se toman, de resistencia de su pareja –ocasional o no- al preservativo, de desinformación, de desgano, de nomeimporta si total la vida no dura (vence ahí no más, a la vuelta de la esquina), de rebeldía, de esperanza, de desesperanza. Y se mueren de pobres, de niñas, de no acceder a la salud pública, de no tener controles, de hambre, de abortos inseguros, de partos donde se den.
Desde 2002 hay una Ley Nacional 25.673 de Salud Sexual y Procreación Responsable. Desde 2003 hay un Programa Nacional de Salud Sexual y Procreación Responsable. Desde 2006 hay un Programa Nacional de Educación Sexual integral. Pero no hay una Ley Nacional contra el Desencanto. No hay un Programa Nacional de Educación para la Felicidad. No hay un Plan Nacional de Reconstrucción de la Esperanza. Decenas de miles de pibes y pibas hijos del derrumbe tienen destino y deciden no combatirlo; viven en márgenes concedidos, donde vivirán para siempre sin muros para derribar; tienen hijos con sus mismos destinos y los dejarán andar por sus mismas veredas sin rebelarse por grandes cosas; se envenenarán con la naturaleza mutante del territorio que les tocó, pero también fumarán y aspirarán venenos otros, para no sentir y pasar por aquí con la conciencia rota mientras dure la vida.
Entre ellos el 70 % de las chicas no usan un método anticonceptivo al momento de quedar embarazadas (Ministerio de Salud de la Nación). Y en plena adolescencia desconcertada paren 15 de cada cien bebés que nacen por año.
En Corrientes el 30% de los embarazos son adolescentes, según la doctora Silvia Lapertosa, directora del Hospital Vidal. La provincia que gobierna Ricardo Colombi supera al Chaco (24,5%), a Formosa (22,6%) y a Misiones (21,6%) en maternidad niña.
En 2012 dos criaturas de diez años aparecieron embarazadas en Corrientes. Y otra de 11, en Entre Ríos. Violentadas en su fragilidad por mayores y brutalmente castigadas por las instituciones. La in-justicia, la iglesia impiadosa y la conciencia mediática que martilla en los discursos evitaron la práctica de la interrupción del embarazo en cuerpitos aún no desarrollados en su plenitud, con caderas de cristal, que podían romperse en mil pedazos a la hora de la luz. Los ministros de Salud de Corrientes y Entre Ríos aportaron su humanidad de sumidero. Si la niña ovula y menstrúa ya está preparada para parir. Aunque tenga diez años. O si la niña se embaraza es para cobrar la Asignación por Hijo. Aunque tenga diez años.
Meses después los diarios de Corrientes y Entre Ríos saludaban los nacimientos. Pero nadie más supo qué heridas cruzaron de punta a punta la vida de ellas. Laceradas y enmadradas cuando era tiempo de muñecas y rayuela. Cuando era tiempo de escalar al cielo.
En el Hospital materno-neonatal Madariaga de Posadas, Misiones, el año pasado murieron cuatro mamás. Llegadas a duras penas de zonas de arrabal, casi sin controles prenatales. "Sus chiquitos nacen con muy bajo peso. Y hay días en los que dos mamás tienen que compartir una sola cama", dice la directora del Hospital, Viviana Figueredo.
Cada parto deposita en el mundo un individuo único e irrepetible. Llamado a dejar una huella singular. Puesto para transformar el aire que le tocó respirar. Nada será igual después de su paso por la vereda o por la salita. Cada niño, nacido en una villa, en una casita de lata, en un puesto rural de Formosa, en un barrio del conurbano, en el valle de Famatina, en la orilla de Rosario donde pasa el tren, cada uno está llamado a cambiarlo todo. A veces su llamita se apaga en días. Otras veces, enciende a las demás. A veces sus madres los paren sin demasiadas razones, a veces son acusadas por los teóricos del desprecio, de parir en serie para cobrar subsidios, a veces los lanzan al mundo como misiles de ternura, a veces los desquieren, a veces son su arma de rebeldía. Y a veces, semi-niñas sin amor ni abrigo, pequeñas diosas en abandono, los paren para no estar tan solas ante la inmensidad que acorrala. Un abrazo calentito ante tanto invierno.
Más artículos de: Agencia Pelota de Trapo