Latice - Latinoamérica en el Centro

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Vivir con un drogo dependiente sin serlo

Linda Karlsson
Traducción: Claudia García

¿Dónde está esa sociedad simpática y amistosa de la que todos hablan tan bien? Me da miedo que mi amiga recaiga en la drogodependencia cuando el tratamiento termine, que vuelva a decepcionarme y tener que ver como lentamente va perdiendo la vida con ayuda de las drogas.

Una vez más me llama por teléfono con voz adormilada, las frases que pronuncia son turbias y eso me da la pauta de que, nuevamente, ha llegado la hora. La hora de tratar de entender, en cada pausa que hace, por no encontrar las palabras justas, qué es lo que me acaba de decir. No puedo siquiera pensar en colgarle el teléfono porque es mi mejor amiga.

Cuando mi mejor amiga y yo éramos más jóvenes no nos separábamos nunca. Inseparables como sólo pueden serlo las mejores amigas de seis años. Jugábamos juntas en la escuela, después de la escuela, en las vacaciones y en los feriados. A menudo dormíamos una en la casa de la otra, y viceversa. En esas ocasiones nos acostábamos juntas, en la misma cama, y hablábamos largo y tendido contándonos secretos. Nuestra amistad llegó a tanto que yo consideraba a sus padres como si fuesen los míos y ella a los míos como suyos. Claro que también teníamos nuestras peleas, pero nunca fueron cosas imposibles de solucionar. Rara vez nos tomó tiempo zanjar nuestras disputas y volver a ser buenas amigas nuevamente.

Prometimos seguir siéndolo, mantener con vida esta amistad que nos unía y cuidarla ya que amistades como la nuestras no crecen de los árboles. Todavía seguimos viéndonos, aunque ya no tanto como antes, seguimos contando la una con la otra, pero no de igual manera. Podemos hablar casi de todo, pero no como lo hacíamos antes. ¿Qué fue lo que pasó? Nosotras, que nos juntábamos tanto de día como de noche, y que habíamos prometido no separarnos jamás. Nosotras que nos considerábamos hermanas. Me parece que fue ayer que sucedió aquello que casi acabó con nuestra amistad. Teníamos catorce años y era verano, un perfecto día de verano, uno de esos en que hacen 20 o 25 grados a la sombra. Había una erupción de flores y los verdes bosques eran de verde perfecto. El olor a pasto recién cortado y el del mar confirmaban que realmente era verano. Y justo ese día, en que todo era perfecto, habíamos ido con mi amiga a "nuestro lugar" en el baño de los perros. Ahí solíamos pasar mucho tiempo porque era allí adonde nos sentíamos libres. No había gente que nos molestase ni otros chicos que nos importunara y podíamos jugar. Sólo mi amiga y yo, el bosque y el agua. El día, sino completamente, pero era casi perfecto. Sin embargo, de alguna manera extraña, parecía como si una nube pesada flotase sobre nuestras cabezas, esperando el momento justo en el que dejar caer sus irritantes gotas de agua. No había, no obstante, nube alguna, ni tampoco llegó a llover.

Estábamos sentadas en una de las ramas de un árbol que se inclinaba sobre el agua, con los pies colgando sobre ésta, el sol que brillaba con fuerza sobre nuestras cabezas. Sin embargo callábamos. Finalmente mi amiga dijo algo que me hizo temblequear, fue como si mi mundo se derribase: "Linda, nos vamos a mudar". Sentí que mi cuerpo se paralizaba y los ojos me empezaban a arder y tuve que parpadear varias veces porque las lágrimas no me dejaban ya ver lo hermoso que nos rodeaba. Resultó que no sólo se iban a mudar sino que, además, iban a hacerlo a 30 kilómetros. Después de haber vivido en dos casas cuyos jardines limitaban entre sí íbamos a estar viviendo a 30 kilómetros de distancia. Treinta largos kilómetros, lo que significaba que para juntarnos íbamos a necesitar dinero, planificación y paciencia.

¿Cómo haríamos para soportar aquello? Nosotras, que habíamos podido vernos tanto y cuanto quisiésemos. Nosotras, que siempre habíamos estado juntas. ¿Qué pasaría ahora?

Los días siguieron pasando como siempre, sólo que mucho más rápido. Parecía que el tiempo volaba y no nos dejaba aprovechar al máximo el tiempo que pasábamos juntas. Ayude a mi amiga a empacar las cosas de su cuarto, pero a desgano y como en cámara lenta. No tenía ningún apuro en perder a mi mejor amiga. Entonces fue cuando más tiempo pasamos juntas, no nos separábamos más que para ir al toalet, estábamos todo el tiempo juntas. Nos prometimos no perder el contacto, llamarnos dos veces por día y no olvidarnos la una de la otra. Y también, que nunca usaríamos drogas, ni seríamos criminales, ni dejaríamos los estudios. Juntas teníamos que luchar, aunque fuera cada una por su lado, para poder luego siendo ya mayores, irnos de viajes a descubrir juntas el mundo.

Hiciésemos lo que hiciéramos no pudimos impedir que aquel día que tanto temíamos llegara. Fue inevitable. Inevitable y temible pero era lo que era. Una vez más repetimos las promesas, y mi amiga me dio la mitad de un corazón que colgaba de una cadena. Y nos prometimos que encontraríamos consuelo en mirarla porque aunque no pudiéramos vernos cada día nos tendríamos en el pensamiento.

Finalmente se subieron al coche, cargando lo último que había quedado en el departamento, y fue entonces que ambas lloramos más que nunca ya que no sabíamos cuando volveríamos a vernos y no teníamos con quien compartir cada día de nuestra vida. No había esperanza alguna.

Una semana después aún me sentía vacía y no sabía siquiera que día era. No tenía tampoco idea de qué hacer o cómo hacer algo, me sentía triste, desprotegida y sin esperanzas. Los días no eran ya tan hermosos y si había sol era éste demasiado fuerte. Y las flores atraían un montón de abejas que irritaban con sus zumbidos y que se empeñaban en entrar a mi cuarto. El bosque tampoco me parecía tan verde ni tan lindo como días atrás, sino oscuro, de verde oscuro, color muy aburrido. Y, además, susurraba cuando soplaba el viento. Todo era desagradable y nada me gustaba.

Una semana más pasó en que todo me irritaba, después pasó un mes y todo seguía igual. Al año de haberse mudado mi amiga y, aunque hablábamos cuatro o cinco veces por día, ya no teníamos tantas cosas que decirnos, aunque en realidad era mucho lo que había para contar así que a veces hablábamos varias horas. Meses después ya casi no nos comunicábamos. Mi amiga decía no tener tiempo y sólo parecía estar irritada con todos y con todo. La escuela era un desastre, su madre mala y todo era malo y negativo. Comenzó a mencionar las bebidas alcohólicos y no pasaba ni un día en que no tuviese algo que decir en que el alcohol estuviese mezclado. Empecé a alarmarme cuando me di cuenta de que ya no era mi mejor amiga la que me hablaba sino la desconocida que habitaba en su cuerpo. Cuando la contradecía se enojaba conmigo porque decía no entender siquiera porque le preguntaba aquello. Su actitud sólo lograba reafirmar mis ideas, yo tenía razón, mi amiga ya no era la misma. Era una desconocida que se había convertido en un peligro para sí misma porque se estaba arruinando la vida sin evaluar las consecuencias de sus actos. Yo sabía que tenía razón en cuanto a mis sospechas se trataba, ella era un peligro para sí misma porque estos fueron los preludios de lo que vendría después. De repente un día sonó mi celular y vi. que era ella. Contenta de recibir su llamada contesté con una sonrisa:"Hola, soy Linda". Pero cuando escuché su voz despareja que sonaba como la de otra persona me arrepentí de haber contestado. Me contó que se había drogado inhalando un spray. No podía creer lo que estaba escuchando, ¿mi mejor amiga se drogaba? ¿Por qué? Ni siquiera tuve fuerzas para replicarle, ni para preguntarle por qué lo había hecho, menos aún por qué me había llamado para contármelo. Así que le corté. Después de hacerlo sentí que las piernas me temblequeaban y, por último, que me golpeaba las rodillas al caer al piso. No tenía fuerzas para levantarme así que ahí quedé, de rodillas en el piso, con la mirada perdida en el vacío. La sensación de entonces es indescriptible, sentía odio y tristeza a la misma vez. ¿Cómo había podido hacerme algo así a mí? Y sobre todo, ¿cómo había podido hacerse algo semejante a sí misma? ¿Cómo?

Cuando mamá, que había escuchado mi caída y mi llanto, entró corriendo al cuarto y preguntó que ocurría le conté lo que había pasado. Por su mirada comprendí que pensaba como yo, para ella mi amiga era como una hija. Comenzó a llorar y entonces tomó la decisión de llamar a la madre de mi amiga y ponerla al tanto de todo. Así lo hizo. Por mi parte, deseaba que mi amiga se volviera a comunicar conmigo ni bien estuviese sobria y que para entonces ya fuese conciente de lo que había hecho. Así fue como sucedió. Le dije en esos momentos que tenía que elegir entre mi amistad o las drogas, las dos cosas al mismo tiempo no era posible. Y ella, por supuesto, me dijo que prefería ser mi amiga. Pero, cuando días después volvió a llamarme y estaba nuevamente drogada, me quedó claro lo que su promesa valía. A partir de ese momento no volví a ponerme en contacto con ella ni respondí más sus llamadas, aunque ella siguió tratando de comunicarse conmigo.

Hoy (3 años después) es mi antigua amiga una drogodependiente pesada, que consume tanto marihuana como anfetamina, morfina, heroína y mucho más. Apoyándose en la Ley de Protección del Menor la han mandado a una casa de rehabilitación Hace ya seis meses que está allí y allí puede pasar aún un año más. Es lo que necesita. Me enoja, sin embargo, que no se la haya ayudado antes. Durante tres años estuvo faltando a la escuela, drogándose, perdiéndose cada tanto de la casa y sin que le importase. Siempre sin ninguna consecuencia. Cuando llevaba dos años con esta conducta se le dijo que debía dejar una prueba de orina cada semana y también visitar a una trabajadora social. ¿Y con eso qué? No dejaba la prueba de orina y lo único que pasaba era que la llamaban por teléfono o le mandaban una carta. Si ahora está internada en una casa de rehabilitación es gracias a su misma madre que, al comprender que nadie ayudaba a su hija ni tampoco escuchabas sus reclamos, hizo una denuncia a la Ley de Protección del Menor. ¿Cómo puede ser que la sociedad sueca tan "perfecta" funcione de esta manera? ¿Cómo se puede dejar que las cosas lleguen tan lejos como hasta que un padre deba denunciar a su propia hija? ¿No debería esta madre haber recibido apoyo antes?

Esto es lo que quiero cuestionar con mi artículo, se ayuda a los enfermos y a los que tienen algún problema pero y a sus parientes ¿qué ayuda se les da? Ni la sociedad ni la oficina de asuntos sociales se preocupan de preguntarles si necesitan apoyo o ayuda. A mi me parece que para atender a un drogodependiente es necesario atender también a los de su entorno. Un drogodependiente que está "limpio" no puede retornar a la misma casa, a las mismas relaciones familiares en las que los padres siguen viviendo como lo hacían cuando éste se drogaba. No se puede regresar a la cotidianidad de antaño, no a los antiguos amigos, es necesario comenzar de nuevo, desde cero. Y para ello es necesario que tanto los amigos, los conocidos como la misma familia reciban apoyo, ayuda y, sobretodo, guía porque sino ellos no van a poder guiar al ex drogodependiente. Yo misma hubiese deseado que existiese esta ayuda ya que he vuelto a tener contacto con mi amiga y trato de guiarla en este proceso para que aguante. Pero no tengo nadie con quien hablar, nadie que me oriente a mi misma para que pueda ayudarla de la mejor manera. ¿Dónde está esa sociedad simpática y amistosa de la que todos hablan tan bien? Me da miedo que mi amiga recaiga en la drogodependencia cuando el tratamiento termine, que vuelva a decepcionarme y tener que ver como lentamente va perdiendo la vida con ayuda de las drogas.

Ustedes que leen este artículo, sean cuidadosos cuando algún ser cercano se droga, busquen ayuda para ustedes mismos, para los demás seres cercanos y, por supuesto, para el drogodependiente. No se recarguen, no traten de hacer todo solos, porque ésta es una carga muy pesada y nadie puede aguantarla por sí mismo, todos pueden y deben ayudar. No se nieguen a ver el problema, anímense a enfrentarlo. Sólo juntos es que podemos dar vida a esa Suecia simpática y amistosa de la que todos hablan tan bien.



Publicado: junio 2009

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