Y la banda siguió tocando madera
enREDando
Argentina. En el Centro de Día de la Asociación CHICOS, donde participan adolescentes en situación de calle de entre doce y dieciocho años, se presentó el libro "Del derecho a ser oídos" que relata la experiencia del taller de música que ya tiene ocho años. El eje central del taller es hacer del terreno de la música y la improvisación un territorio donde aprender y practicar el ejercicio de derecho.
An Maeyaert nació en Gante, Bélgica, y llegó a Rosario por primera vez hace quince años. Trabajaba como voluntaria en Amnistía Internacional. Por una conexión entre diferentes ONGs, vino a hacer un intercambio a la Asociación CHICOS. En la ciudad donde haría el voluntariado, que duraría tres semanas, terminó construyendo un hogar, una familia, una profesión y un libro.
- Me llamó la atención la propuesta con los adolescentes en situación de calle y me vine. Éramos cinco voluntarios europeos que veníamos por tres semanas. Me impactó mucho la experiencia, hice vínculos muy fuertes y volví varias veces-. Después de que terminaron aquellas tres semanas An volvió a Bélgica a seguir con su vida, pero aunque aún no lo sabía su vida estaba de este lado del charco. Era docente de lengua en Bélgica y desde ese momento siempre que tenía vacaciones venía a Rosario. "En uno de esos encuentros surgió la posibilidad de quedarme más tiempo. Escribí un proyecto para la Unión Europea y ellos me financiaron un proyecto de ocho meses". La idea que tenía An en ese momento era integrarse al equipo de la Asociación CHICOS y desarrollar un taller de teatro. Dice que cada vez que venía se quedaba un poco más hasta que se dio cuenta que "ya vivía acá".
En 2009 participaron de un encuentro con la Orquesta del Río Infinito que viajaba por el río Paraná. Y también tuvieron un intercambio con la orquesta de barrio Ludueña. An, que es música y toca la flauta traversa, cuenta que los chicos se "engancharon mucho con los instrumentos". Junto con Patricio, un compañero de la Asociación que es psicólogo y percusionista, evaluaron la posibilidad de empezar un taller de música. Primero había que construir los instrumentos. El taller de carpintería del Centro de Día sería el lugar indicado para aportar los insumos para tocar. Hubo otra causalidad: el profesor de carpintería también era músico. Los cajones peruanos fueron las primeras maderas que tocaron los pibes. Hoy, a la presentación del libro están invitados algunos chicos de los primeros tiempos de Tocando Madera.
- Yo aprendí a trabajar en esta mesa. Empecé con la prensa que está ahí. Los profesores me dieron un pedazo de madera y fui calando hasta que salió un autito- Leandro empezó a venir al Centro de Día cuando tenía 11 años. Hoy tiene 21 y sólo viene de visita. Calculo que no quería perderse la presentación del libro. -Yo no pensé que con una madera iba a salir un autito. Le hicimos dos agujeros en los costados y le pusimos dos pedacitos de madera. El torno que está allá lleva una mechita que va calando las ruedas. Quedan redondas como la puerta de aquella casa. Yo también hice una de esas casas- dice Leandro, mientras señala una de las repisas de la habitación donde funciona el taller de carpintería. Recorre con la mirada, busca los recuerdos en los rincones. Sus ojos se detienen en una de las mesas de trabajo. Ahí, do nde él hizo su primer autito, hoy, diez años después, hay otro autito que hizo otro pibe. - ¿Viste el autito que está ahí, al lado del rollo de cinta, que es de madera y tiene las ruedas pintadas de blanco? Así hacíamos los autitos-.
Después de armar el auto, Leandro fue construyendo otros elementos. Dice que "salen muchas cosas de la madera". Hizo una guitarra y cuatro cajones peruanos. - Marcamos, medimos y cortamos la madera en cuadrados. Las unimos. Y después le ponemos una madera que es distinta, finita, de tapa-. Leandro también recuerda otro cajón que adentro tenía un resorte como el del redoblante que "cuando tocabas sonaba con el viento".
Cuando arrancó el taller, An tenía experiencia en formación y ejercicio docente pero las realidades que habitan a los jóvenes le hicieron repensar su formación. Encontró que había una carrera de Musicoterapia en Rosario y empezó a estudiar. Ese sería el principio de algo que An no podía siquiera sospechar: pasarían varios grupos de pibes por el taller de música, se formaría la banda Tocando Madera, harían recitales, serían aplaudidos, seguirían construyendo instrumentos (esta vez no sólo cajones sino también bongós y congas). Escribiría el libro "Del derecho a ser oídos" que hoy está presentando. Y la banda seguiría tocando madera.
El ritmo de los pibes
"Una de las herramientas fundamentales de la musicoterapia es la improvisación. Trabajar con lo que traen los chicos en un marco de expresión libre donde no imponemos reglas ni normas a seguir". La metodología que explica An consiste en trabajar con lo que salga de los chicos a partir de los instrumentos musicales como materiales. "Observar, ver qué formas aparecen y empezar a jugar con eso para reforzarlo y hacerlo circular. La idea es que ellos se hagan escuchar, que toquen en conjunto con otros, que armen algo entre todos". An dice que para los chicos que tienen una escolarización parcial es más difícil defenderse con las palabras que con los ritmos. "La música es una materia de expresión y de vinculación y tiene la ventaja de no tener tantas reglas como el lenguaje verbal".
Cuando llegan al taller se sientan en los cajones, que sirven para romper barreras. "El hecho de estar sentado sobre el instrumento hace que en algún momento una mano se deslice hacia un parche y empiecen a tocar". El nombre del grupo, Tocando Madera, lo propusieron los pibes y las pibas. Además de la carga simbólica, en el acto de tocar madera se ponen en juego todos los sentidos. Las manos golpean, acarician, buscan los sonidos. El tacto es fundamental. El oído es también imprescindible porque sin una escucha atenta es muy difícil coordinar con uno mismo y mucho menos con otros. La visual permite seguir los movimientos, las miradas y las señas que coordinan el toque colectivo. El olfato sirve para detectar cuando es un buen momento para hacer algún ritmo y cuando es momento de escuchar al otro. El sentido del gusto está en el compartir.
An dice que lo visual es muy importante. "La imagen de muchos pibes es la visera bien para abajo y la mirada en el piso". Dice que para tocar se comunican con señas. Por eso es muy importante mirarse. "Ese hecho obliga a levantar la mirada y a afrontar también la mirada del público que los posiciona en otro lugar". Dice que eso se traslada a otros ámbitos y que uno de los chicos, después de haber pasado por esta experiencia, se animó a ir a una entrevista de trabajo formal, "algo que no es fácil para un joven con esa carga social".
Leandro vive en el barrio Tiro Suizo, "Lamadrid al fondo, costeando la vía". Cuenta que algunos amigos vinieron a la Asociación por recomendación suya pero que con el tiempo dejaron de ir, tal vez por miedo a salir del barrio. "No hay que tener miedo a salir del barrio. Mi mamá me enseñó eso". Hoy Leandro integra el Programa Jóvenes y Memoria del Museo de la Memoria de Rosario. Dice que cuando él está en el barrio la gente no se persigue pero que cuando viene al centro la cosa cambia. "Vengo en colectivo, bien vestido, con una gorrita porque me gusta usar gorra. Siempre se persigue la gente, agarran el bolso y se van, se cruzan enfrente, empiezan a correr".
Desde que se inició el taller de música, fueron pasando muchos grupos que tocaron madera. An dice que de ese comienzo quedó el nombre y la estética. También parece que quedó la mística. "Cada vez que vengo vuelvo a nacer", cuenta Leandro.
Cumbia, folklore, ritmos afro peruanos, cumbia. La cumbia es el ritmo más convocado por los pibes. "Aparece como una constante. Es un ritmo sencillo para tocar y muy festivo. Siempre lo guardamos para el final, ya sea para cerrar el taller o los recitales". An explica que una de las tareas como musicoterapeuta es estar atenta. Cuando ve que alguien está repitiendo alguna estructura rítmica, intenta armar algo con eso y contribuir al armado de esa ´textura polifónica´. De esta manera han generado nuevos ritmos: el ritmo de los pibes. "Todo lo que hacemos depende de los chicos que están en ese momento y de cuáles son sus pedidos y sus ganas".
Remar contra la corriente
El libro "Del derecho a ser oídos" empezó como la tesis de An para terminar la carrera de Musicoterapia. "Cuando terminé la tesis me puse triste porque todo ese trabajo iba a quedar en la biblioteca de una universidad privada donde nadie la iba a consultar". De esa manera, se puso en contacto con el Kolectivo Editorial Último Recurso, la editorial rosarina que de manera autogestiva viene apostando desde el 2004 por los libros militantes. "Del derecho a ser oídos" relata la experiencia del taller de música. Está planteado como un camino que aún no terminó y que podría motivar a talleristas, docentes y a todos aquellos que trabajen con poblaciones en vulnerabilidad a emprender una búsqueda similar en relación con las prácticas artísticas con enfoque de derechos.
El primer capítulo del libro, cuyo prólogo fue escrito por Carlos Del Frade, hace foco en el contexto legal sobre la nueva Ley de Infancia. En 2005 se sancionó la Ley 26.061 de Protección Integral de los Derechos de las niñas, niños y adolescentes. El eje que establece tiene que ver con el marco jurídico y los lineamientos de la Convención sobre los Derechos del Niño. Introduce el paradigma de la niña, niño y adolescente como sujeto pleno y activo de derecho y establece la universalidad de este principio. Sin embargo, la realidad choca de lleno contra esta pretendida universalidad. El Primer Censo Popular de Personas en Situación de Calle indica que sólo en las calles de Buenos Aires duermen unas 4.500 personas. En mayor o menor escala, esa realidad se multiplica en las distintas ciudades.
El Centro de Día de la Asociación CHICOS trabaja con adolescentes en situación de calle. El eje principal del taller (y del libro) es aprender y practicar el ejercicio de derecho. "En primer lugar apareció el derecho a ser oído, un derecho clave de la Ley 26.061 porque abre el paso para que se puedan ejercer otros derechos", explica An, y agrega: "Una vez que el pibe puede decir lo que él quiere, puede organizarse para lograr otras cosas. A través de la improvisación trabajamos las estrategias que pueden desarrollar para hacer escuchar su voz". La idea que trabajan desde el taller es que a partir del hecho concreto puedan hacer el reconocimiento, es decir, que puedan poner en palabras lo que lograron. "Si pudieron hacer esos movimientos en la música también los pueden hacer en otros ámbitos de la vida cotidiana".
Los martes, después del taller de música, en el cronograma del Centro de Día está la asamblea, un espacio donde los chicos pueden hacer propuestas. An cuenta que "a muchos les cuesta hablar en ese espacio público". "Hemos observado que las formas del taller de música a veces se trasladan al espacio de la asamblea y logran conectar las ideas de varias personas. Los movimientos que hacen en la improvisación musical con el tiempo los hacen en lo verbal".
Leandro me cuenta que lo que aprendió yendo a los talleres le sirvió para "una banda de cosas". - Mirá, allá donde terminan las casitas, en el cuadro que está ahí hay fotos mías y de otros alumnos que venían antes-. Entramos a la sala del taller. Las fotos tienen una capa del aserrín que vuela en el aire cuando trabajan la madera. Leandro le pasa el puño de la manga del buzo para limpiarla. La persona fotografiada se señala en el encuadre. "Ese soy yo y ese es mi compañero. Ahí estaba haciendo el autito".
"Yo también debo tener millones de fotos acá", dice Marcelo, que hizo hace mucho el taller de serigrafía y que, al igual que Leandro, hoy vino de visita. "Tengo muchos recuerdos. Hacía teatro con An. Ahora estoy haciendo un taller de carpintería y herrería y eso me está ayudando a independizarme. Por ejemplo, hago parrillas para vender".
Marcelo, 21 años, vive en Refinería. Empezó a venir al Centro de Día cuando tenía 13 y se quedó hasta los 18. Las actividades que nombra son muchas, a cada rato se acuerda de alguna otra: hizo percusión, carpintería, origami, dibujo, pintura y mandalas, hoy hace capoeira y teatro, baila folklore y malambo. "Hago las cosas que me gustan y me siento bien".
El segundo capítulo del libro pinta el contexto social y las condiciones en las que viven los chicos y las realidades que enfrentan en la calle. Después encontramos los fundamentos más teóricos de la musicoterapia. Otro capítulo cuenta la historia de la institución. Y el apartado más extenso es el referido al taller de música y su historia de búsqueda. A través de todos los capítulos aparecen recuadros con las voces de los chicos. Ahora An lee un testimonio de un joven de Ludueña. "Nuestra vida no es digna si tenemos que esperar varias horas para ser atendidos por un médico. Cuando vemos la carita de otros chicos o mujeres golpeadas marcadas por el signo de la violencia. La vida se vuelve una carga cuando tenemos que embarrarnos hasta las piernas para salir de la casa tras una lluvia. Cuando vivís amontonado bajo cuatro chapas, cuando el único patio para jugar son las vías del tren, cuando la educación se vuelve el privilegio de unos pocos, cuando te gana el miedo de salir a la calle de noche. Y cuando la yuta te para sólo por portación de cara. La vida ya no vale nada cuando buscamos el olvido de nuestro infierno en el infierno de la droga. La dignidad se vuelve imposible cuando es tan sencillo comprarla".
"El libro muestra que se puede remar contra la corriente", plantea An, mientras explica que uno de los ejes del taller de música es la creación desde la belleza. "Como trabajamos con lenguaje sensible, la belleza es tomada como algo hecho en libertad. Nosotros defendemos el derecho a lograr productos estéticos dignos de hacerse ver. Eso requiere todo un trabajo previo donde ellos pueden empezar a ejercer esos derechos".
En un ratito va a empezar la presentación del libro. Hablarán Patricio y An, miembros fundadores de Tocando Madera. También hablará una representante de Último Recurso, editorial del libro. Veremos un video con un trabajo colectivo del taller de música. Y como cierre, improvisarán varios ritmos los pibes y las pibas de Tocando Madera. En este momento, antes de que todo eso suceda, sigo recorriendo junto a Leandro y Marcelo los rincones de la Asociación CHICOS. Cada habitación devela una parte de sus historias. Cada recoveco, un misterio revelado: las grullas que hicieron en un papel cualquiera y que desde entonces sobrevuelan el patio, los cuadros y las pinturas que enmarcan el espacio y que ellos ya vieron tantas veces, el salón que pertenece a la escuela José Ingenieros donde Marcelo terminó séptimo grado, el banco donde se sentaba todos los días, los dibujos que hicieron en la pared blanca que ahora es un mural.
Además de plantar un árbol y escribir un libro, An tuvo una hija. Dice que cada vez la conmueven más las situaciones que encuentra en el Centro de Día porque imagina a su hija en esas realidades. "La única forma es trabajar para contrarrestar un poquito esa realidad. Hay que recuperar la alegría porque nos la están sacando todos los días".
Le pregunto quién resistirá cuando el arte ataque. An da vuelta la frase y haciendo un juego de palabras dice que el arte siempre va a resistir contra cualquier ataque. "Nosotros tratamos de resistir desde el arte". "Todo lo que convoca la música es más fuerte que cualquier tristeza".
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