Relato sobre El Salvador a través de sus mujeres Parte Primera
Anabel Anaya
El día de Anabel Ayala comienza a las cinco de la mañana. Ella se levanta y muele el maíz para las tortillas del desayuno. Luego sube el cerro donde su marido Francisco Antonio trabaja con la agricultura y juntos toman el desayuno.
Anabel Ayala decidió a los 15 años de acompañarse con su novio. Dentro de un año se habían casado y tenido su primer hijo. La vida era difícil en San Nicolás, sobre todo teniendo niños pequeños a los cual alimentar, pero el amor ha sostenido a la familia Andrade Ayala.
- Muchos nos preguntan cómo seguimos juntos tras tantos años, yo siempre respondo que nos hemos conocido por mucho tiempo y hemos creado lazos fuertes. Siempre hay problemas, pero los luchamos siempre juntos, explica Francisco Antonio con una gran sonrisa.
Anabel está de acuerdo, ambos han luchado duro por su familia.
- Antes, cuando no teníamos agua en la casa, me levantaba a las cuatro de la mañana para buscar agua del pozo antes de que los niños se fueran a la escuela. Por lo general, para poder compartir el trabajo, mis hijos y mi esposo me acompañaban, así que todos luchábamos.
La vida era más dura y pobre antes. Anabel siempre andaba prestando dinero para sobrevivir y estaba constantemente ocupada con las tareas domésticas del hogar.
- La ayuda que recibimos nos ha realmente cambiado la vida. Hoy puedo incluso sentarme a ver la televisión de vez en cuando, sigue Anabel.
Y son muchas las cosas que han cambiado desde que la primera ayuda llego en el año 2000. Lo principal es que la familia está mejor y los niños han tenido la oportunidad de seguir con sus estudios. La familia Andrade Ayala vive hoy en una casa de bloque y tiene acceso a electricidad y agua, lo que no es algo muy común en las zonas rurales de El Salvador.
- Nuestra mayor necesidad era tener agua en la casa, antes traíamos agua del pozo y si queríamos lavar la ropa teníamos que bajar al río. Costaba mucho hacer esto cada día, explica Anabel.
- Estoy muy satisfecho de ver los cambios en esta familia, no son cambios que ocurren de una noche a otra, dice César Gómez refiriéndose a la mejora en el nivel de vida de la familia.
También Anabel ha cambiado personalmente durante el proyecto.
- Ahora hablo más, antes era muy tímida. Los talleres y las capacitaciones dadas por ANADES en el pueblo me han ayudado mucho en fortalecer mi autoestima.
Otra prioridad que la familia siempre ha tenido es la educación de sus hijos. Efectivamente una parte importante de la ayuda se usaba para garantizar la educación secundaria de los hijos. El hijo mayor Lorenzo Antonio siempre ha querido ir a la escuela y ha hecho grandes esfuerzos para poder continuar con sus estudios.
- Lorenzo se levantaba muy temprano para ayudar en el hogar antes de ir a la escuela. La escuela está lejos de aquí y los días se le hacían muy largos. A veces, no teníamos suficiente comida para darle su almuerzo, pero él no se dio por vencido, aguantaba el hambre y nunca se quejó. Hoy tenemos suficiente para darles dinero a los niños para que compren sus almuerzos en la escuela, dice Anabel.
Anabel habla felizmente del futuro de sus hijos. Ella quiere que estudien y obtengan buenos trabajos fuera de San Nicolás. Lo ideal sería que sus hijos encuentren trabajo que no sea en la tierra, en la agricultura, como todos los hombres de la familia han hecho.
Uno de sus propios sueños para el futuro es tener una pequeña tienda con gran variedad. Anabel ya ha tratado de tener ventas en su casa, pero el intento no fue tan exitoso como ella esperaba.
- Quisiera que hubieran más casas en esta zona, por que entonces sí se vendería, dice Anabel.
Toda la familia Andrade Ayala está muy agradecida de la ayuda que han recibido. Los niños han entendido que sus estudios no hubieran sido posibles sin la ayuda de ANADES y Anabel y Francisco Antonio se sienten más tranquilos hoy, tienen menos de que preocuparse. Una cosa tan simple como tener la llave de su propia casa significa mucho para Francisco Antonio. Él desea que pudiera mostrar su agradecimiento de alguna manera.
- Me gustaría conocer las personas que contribuyeron a todo esto. Quisiera mostrarles que estoy muy contento de haber recibido su apoyo, tomarles las manos y decir "gracias por su ayuda". Tal vez podría escribirles una carta algún día, dice con una sonrisa.
Benita Rodríguez
- La vida es bonita por una parte, por otra difícil. Pero siempre seguimos adelante con la ayuda de Dios. A veces uno quiere hacer algo, pero no se puede. A veces los niños piden algo y uno no tiene para darles. Pero con paciencia todo se logra.
Benita Rodríguez tiene 45 años y vive en San Nicolás, un pequeño cantón en el centro del pequeño país centroamericano. La casa de Benita fue construida por ANADES en el 2002, después de que los terremotos del 2001 destruyeran su anterior vivienda, una champa de carpeta.
- Fue entonces que comprendí que necesitábamos una casa más estable. Queríamos una casa y eso fue lo que nos dio ANADES. También fue un gran apoyo en el tiempo en el cual perdí uno de mis hijos, y que me ha alegrado mucho haber recibido ese soporte, dice Benita.
Las vacas, la refrigeradora, la pila de agua, el techo y una cama son algunas de las cosas que la familia ha podido permitirse gracias al Proyecto de Solidaridad Familiar. Benita está muy orgullosa de cómo ha cambiado y mejorado su casa en los últimos años.
También ella ha cambiado. Hoy participa más en la comunidad y se siente diferente comparado con el pasado.
- Toda mi forma de ser ha cambiado. Cuando murió mi hijo yo me sentía deprimida, no quería hacer nada. Hoy me comporto de manera diferente, participo más en la iglesia e incluso hablo de otra manera. Antes yo usaba palabras feas, hoy ya no, cuenta Benita con una sonrisa.
Y se nota que ella se siente mejor. Benita dice que la vida es bonita, que ella se siente alegre. Dice que se siente feliz y bonita cuando está con sus hijos. Su rostro se ilumina cuando habla de la iglesia y cree que se ha convertido en una mejor persona a través de ella y de ANADES.
También las hijas de Benita se han visto beneficiadas por el apoyo del proyecto. Ellas solían ir a los distintos talleres y capacitaciones organizados en la comunidad por ANADES. Allí aprendieron a coser y hacer piñatas. También se unieron al Comité de Salud de la comunidad, donde aprendieron, entre otras cosas, los primeros auxilios.
Hoy una de sus hijas trabaja vendiendo pan y frutas, mientras la otra se dedica a cuidar a su hijo. Benita piensa que las experiencias con ANADES fortalecen el autoestima de sus hijas.
- Creo que se sienten bien al saber que pueden hacer esas cosas. Si alguien necesita ayuda con costuras, ellas pueden arreglarlo rápidamente. Si ocurre un accidente, ellas pueden asistir.
También la economía de Benita se ha mejorado. Hoy ella puede darles a sus hijos lo que ellos desean, algo que no era posible anteriormente. La familia vive de lo que siembran, y el marido de Benita, Manuel Jesús, gana lo que necesitan para los gastos comunes, como la electricidad y los estudios de los hijos. Él va dos veces a la semana a la milpa, mientras el resto de los días trabaja en una banda mariachi en la capital de San Salvador. Como es el caso de muchos otros empresarios en El Salvador, la Mara le ha puesto renta a la banda.
- Les dijeron que tenían que pagar cierta cantidad una vez a la semana o los iban a matar, dice Benita con una voz triste.
Benita no puede escribir muy bien, sabe cómo escribir sus iniciales pero nunca aprendió más que eso. También tiene dificultades con la lectura y le molesta no ser capaz de leer la Biblia tan bien como desea. En las zonas rurales de El Salvador, son pocas las veces en que los niños pueden finalizar la escuela y Benita no fue una excepción.
- A mis padres nunca les interesó mi educación. Era mejor que yo ayudara en casa. Por eso solo hice el primer año de enseñanza básica.
Efectivamente para ella ha sido muy importante que sus hijos obtengan una educación más profunda. Hoy sus dos hijos más jóvenes van a la escuela y Benita espera que ambos puedan continuar con sus estudios en la universidad. Iván, el hijo menor, está tan motivado que ha empezado a trabajar en la milpa en su tiempo libre, con el fin de poder ayudar con los gastos escolares.
- ¡Él gana su propio dinero ahora! dice Benita con una sonrisa.
Si Benita hubiera tenido la oportunidad de estudiar, ella hubiera querido ser abogado.
- Me hubiera gustado defender a otros, explica Benita.
Cuando Benita habla sobre su futuro, deja todo en las manos de Dios. Igual reconoce que quiere una vida larga, para poder seguir con sus hijos. También tiene sueños de algún día irse en un avión a países lejanos. Italia, Canadá y los Estados Unidos son destinos particularmente interesantes según ella.
Ella también espera que sus hijos sean grandes personas con trabajos importantes. Su mayor esperanza es que sus hijos tengan empleos que no estén relacionados a la milpa.
- Tal vez puedan ser pilotos, dice Benita con ojos brillantes.
Iván no tiene las mismas aspiraciones, el solo quiere un trabajo seguro. Pero al pensarlo un poco cuenta que el también quiere ser abogado, igual como su madre quiso una vez.
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