La nueva masacre
Agencia Pelota de Trapo
La masacre de Pergamino regresa y recorre el partido de Esteban Echeverría para colarse impune en la comisaría 3°.
Los gritos y pedidos de auxilio de los 7 pibes que murieran quemados en la comisaría 1° de Pergamino regresan en los gritos y pedidos de auxilio de los 6 detenidos que también murieron bajo la lengua de fuego del abandono y de la complicidad estatal. Miguel Angel Sánches de 31 años, Elías Soto de 20 años, Jeremías Rodríguez de 19 años, Jorge Ramírez de 30 años, Eduardo Ocampo de 60 años y Juan Lavanda de 59 años murieron en el incendio no sofocado por el Estado, murieron en una celda con capacidad para 10 personas en la que estaban alojadas 27, murieron en una comisaría que estaba clausurada judicialmente.
Murieron ilegales y sin condena.
Hay muertes que importan menos que otras, hay vidas que valen menos que otras. Los detenidos ilegalmente en la comisaría clausurada de Esteban Echeverria pidieron auxilio, gritaron desesperaciones y recibieron como respuesta el silencio y la burla institucional. Como hace más de un año en Pergamino y 14 años atrás en la comisaría de Quilmes.
Se cerraron los candados, se cortó el agua y la violencia institucional barajó de nuevo con cartas marcadas. Moneda corriente en los lugares de encierro, tortura estructural en los institutos y cárceles nuestras de cada día. Los pibes de los barrios populares se amontonan en mantas de muerte y en mantas de olvido, en celdas superpobladas, en encierros que lejos están de las puertas giratorias y que a contramano van de la opinión pública hegemonizada que insiste con las penas de muerte y con las eternas prisiones. Los pibes de los barrios populares que sobreviven en las cárceles poco saben de puertas giratorias y poco saben de justicia: el 60 por ciento de los detenidos no tiene condena, punitivismo demagógico, le dicen.
La problemática de la inseguridad es abordada desde un paradigma fragmentado y tendencioso. El abordaje real de la problemática de la inseguridad tendrá chances de resolverse si es abordado desde un paradigma integral y estructural. Parece que el hecho de inseguridad queda suspendido en el hecho delictivo en sí mismo: un robo, un homicidio, el menudeo de estuperfacientes.
Se recorta la problemática en el hecho en sí mismo, se describe lo aparente y se esconde lo profundo. Hay una pre-selección sistémica de los cuerpos que, aún antes de nacer, irán a ocupar, con suerte, los lugares de encierro si no es que antes alguna bala corta el camino. El mayor porcentaje de las personas detenidas no superan los 30 años y vienen ya recorriendo desde la niñez distintos dispositivos que suspenden la libertad. El mayor porcentaje de los detenidos no sólo comparte la franja etaria sino que también comparte las mismas historias, los mismos barrios y asentamientos, las mismas exclusiones y las mismas rabias. Muchos de ellos y de ellas comienzan a tener nombre y DNI una vez que cruzan el muro puertas adentro.
Se apilan las masacres y la vida cotidiana de las mayorías prosigue como en una peregrinación anestesiada, dormida, colonizada subjetivamente. A pocos importa el eco de los gritos de los cientos y miles de jóvenes que rebotan por muros, pabellones o comisarías. Que paguen, pregonan desde los altares de la moral recalcitrante. Que se mueran, vociferan desde los cánones ideológicos del conservadurismo.
Que se quemen como las ratas que son, respondieron los agentes de la Comisaría 3° de Estevan Echeverría según testimonio de los sobrevivientes, mientras cerraban la llave de agua y disfrutaban del espectáculo, del dolor en carne viva y de la nueva masacre perpetrada por el Estado.
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